domingo, 3 de julio de 2011

Sociedades movedizas #15m



 

Pasos hacia una antropología de las calles. 
Autor: Manuel Delgado. Anagrama. Colección Argumentos.








Prólogo de Lluis Mallart, Soy hijo de los evuzok

En aquel tiempo la calle era un gran espacio en el que se cumplía una parte importante de nuestro proceso de socialización. Las emociones, la sexualidad, la solidaridad, los antagonismos, las distinciones sociales se aprendían en ese territorio que de día era nuestro y de noche, cuando los mayores salían con las sillas para conversar y tomar el fresco, nosotros lo aprovechábamos para ir más allá, correr, perseguirnos y jugar a tocar y a parar en medio de una oscuridad rota por la luz tierna de cuatro farolas de gas, como para significar que queríamos conquistar nuevos espacios alejándonos de la mirada de aquella sociedad adulta que parecía querernos contener: «Niños, ¡no vayáis demasiado lejos!», gritaban los padres sin estar seguros de que les haríamos caso.  

Con los años los pequeños perdimos el control de aquel espacio que había sido nuestro. Las aceras fueron embaldosadas y las calles asfaltadas. Progresivamente, los coches lo invadieron todo. El cobertizo del jardín de la señora Durán fue transformado en garaje. Los adultos se apropiaron del territorio de los niños. La chiquillería fue recluida en casa. Debió ser entonces cuando nacieron aquellas recomendaciones maternas que se han transformado en fórmulas consagradas: «Niño! ¡Ve por la acera!», «Cuidado con los coches». La calle había dejado de ser el espacio social de los niños y adolescentes. La pared alta y escarpada de la calle Oalmases-Calatrava había sido derribada para edificar la Dexeus. Hoy, después de muchos años de silencio y confinamiento, otra generación, nacida quizá en aquella maternidad, parece recordarnos que la calle había sido suya. El ruido de las motocicletas rompiendo la tranquilidad de los adultos es un signo. Las pintadas en las paredes señalando la conquista de calles y plazas es otro. Uniendo estos dos signos podríamos decir que el ruido de las motocicletas es el «grito» de una reivindicación y las pintadas de los taggers es la «firma». Quizá no habría hecho falta ir a África. La etnografía de la calle todavía está por hacer. 
LLUIS MALLART, Soy hijo de lo sevuzok 

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